Suïcidi de Dido (4, 630-705).
Esto dice, y a todas partes dirigía su ánimo , 630
buscando romper cuanto antes una luz odiada.
Y entonces habló brevemente a Barce, nodriza que fue de Siqueo,
que a la suya negra ceniza tenía en su antigua patria:
«A Ana, mi querida nodriza, llama aquí a mi hermana.
Dile que se apresure a lavar su cuerpo con agua del río, 635
y que traiga consigo los animales y las víctimas prescritas.
Que venga así, y tú misma ciñe tus sienes con las ínfulas santas.
El sacrificio a Júpiter Estigio que comencé y dispuse según el rito,
tengo intención de cumplirlo y acabar así con mis cuitas
entregando a las llamas la pira del dardanio.»
Así dice. Y ya apresuraba la otra el paso con senil afán. 640
Mas Dido, enfurecida y trémula por su empresa tremenda,
volviendo sus ojos en sangre y cubriendo de manchas
sus temblorosas mejillas y pálida ante la muerte cercana,
irrumpe en las habitaciones de la casa y sube furibunda 645
a la pira elevada y la espada desenvaina
dardania, regalo que no era para este uso.
En ese momento, cuando las ropas de Ilión y el lecho conocido
contempló, en breve pausa de lágrimas y recuerdos,
se recostó en el diván y profirió sus últimas palabras:
«Dulces prendas, mientras los hados y el dios lo permitían, 650
acoged a esta alma y libradme de estas angustias.
He vivido, y he cumplido el curso que Fortuna me había marcado,
yes horade que marche bajo tierra mi gran imagen.
He fundado una ciudad ilustre, he visto mis propias murallas,
castigo impuse a un hermano enemigo tras vengar a mi esposo: 655
feliz, ¡ah!, demasiado feliz habría sido si sólo nuestra costa
nunca hubiesen tocado los barcos dardanios.»
Dijo, y, la boca pegada al lecho: «Moriremos sin venganza,
mas muramos», añade. «Así, así me place bajar a las sombras. 660
Que devore este fuego con sus ojos desde alta mar el troyano
cruel y se lleve consigo la maldición de mi muerte.»
Había dicho, y entre tales palabras la ven las siervas
vencida por la espada, y el hierro espumante
de sangre y las manos salpicadas. Se llenan de gritos los altos 665
atrios: enloquece la Fama por una ciudad sacudida.
De lamentos resuenan los techos y de los gemidos
y el ulular de las mujeres, el éter de gritos horribles,
no de otro modo que si Cartago entera o la antigua Tiro
cayeran ante el acoso del enemigo y llamas enloquecidas 670
se agitasen por igual en los tejados de los dioses y de los hombres.
Lo oyó su hermana sin aliento y en temblorosa carrera
asustada, hiriéndose la cara con las uñas y el pecho con los puños,
se abalanza y llama por su nombre a la agonizante:
«¿Así que esto era, hermana mía? ¿Con trampas me requerías?
¿Esto esa pira, estos fuegos y altares me reservaban? 675
¿Qué lamentaré primero en mi abandono? ¿Desprecias en tu muerte
la compañía de tu hermana? Me hubieras convocado a un sino igual,
que el mismo dolor y la misma hora nos habrían llevado a ambas.
¿He levantado esto con mis manos y con mi voz he invocado
a los dioses patrios para faltarte, cruel, en tu muerte? 680
Has acabado contigo y conmigo, hermana, con el pueblo y los padres
sidonios y con tu propia ciudad. Dejadme, lavaré sus heridas
con agua y si anda errante aún su último aliento
con mi boca lo he de recoger.» Dicho esto había subido los altos escalones, 685
y daba calor a su hermana medio muerta con el abrazo de su pecho
entre lamento y con su vestido secaba la negra sangre.
Cayó aquélla tratando de alzar sus pesados ojos
de nuevo; gimió la herida en lo más hondo de su pecho.
Tres veces apoyada en el codo intentó levantarse, 690
tres veces desfalleció en el lecho y buscó con la mirada perdida
la luz en lo alto del cielo y gimió profundamente al encontrarla.
Entonces Juno todopoderosa, apiadada de un dolor tan largo
y de una muerte difícil a Iris envió desde el Olimpo
a quebrar un alma luchadora y sus atados miembros. 695
Que, como no reclamada por su sino ni par la muerte se marchaba
la desgraciada antes de hora y presa de repentina locura,
aún no le había cortado Prosérpina el rubio cabello
de su cabeza, ni la había encomendado al Orco Estigio.
Iris por eso con sus alas de azafrán cubiertas de rocío 700
vuela por los cielos arrastrando contra el sol mil colores
diversos y se detuvo sobre su cabeza. «Esta ofrenda a Dite
recojo como se me ordena y te libero de este cuerpo.»
Esto dice y corta un mechón con la diestra: al tiempo todo
calor desaparece, y en los vientos se perdió su vida. 705
El camp dels Plors. Trobada amb Dido (6, 440-476).
No lejos de aquí se extienden hacia todas partes 440
las Llanuras del Llanto; con este nombre las llaman.
Aquí a los que duro amo r de cruel consunción devoró
ocultan senderos escondidos y un bosque de mirto
los envuelve; ni en la muerte les dejan sus cuitas.
Por estos lugares distingue a Fedra y a Procris y a la triste 445
Erifile mostrando las heridas de su cruel hijo,
y a Evadne y Pasífae; Laodamía les acompaña
y Céneo, mozo un día y hoy mujer de nuevo,
vuelta a su antigua figura por obra del destino.
Entre todas ellas la fenicia Dido, reciente aún su herida, 450
errante andaba por la gran selva; el héroe troyano
en cuanto llegó a su lado y la reconoció oscura
entre las sombras, como el que a principios de mes
ve o cree haber visto alzarse la luna entre las nubes,
lágrimas vertió y le habló con dulce amor: 455
«Infeliz Dido, ¿así que cierta era la noticia
que me llegó de que habías muerto y buscado el final con la espada?
¿Fui entonces yo, ¡ay!, la causa de tu muerte? Por los astros
juro, por los dioses y por la fe que haya en lo profundo de la tierra;
contra mi deseo, reina, me alejé de tus costas. 460
Que los mandatos de los dioses, que ahora a ir entre sombras,
por lugares desolados me fuerzan y una noche cerrada,
me obligaron con su poder, y creer no pude
que con mi marcha te causara un dolor tan grande.
Deténte y no te apartes de mi vista. 465
¿De quién huyes? Por el hado, esto es lo último que decirte puedo.»
Con tales palabras Eneas trataba de calmar el alma
ardiente de torva mirada, y lágrimas vertía.
Ella, los ojos clavados en el suelo, seguía de espaldas
sin que más mueva su rostro el discurso emprendido 470
que si fuera de duro pedernal o de roca marpesia.
Se marchó por fin y hostil se refugió
en el umbroso bosque donde su esposo primero, Siqueo,
comparte sus cuitas y su amor iguala.
Eneas por su parte emocionado con el suceso inicuo 475
y mientras se aleja, llorando la sigue de lejos y se compadece.
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