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|     En la manyana del terzer día el mar se calmó. Asta los pasajeros más   delicados —los que no havían salido desde que el barco partió—, abandonaron sus   camarotes y fueron al puente, donde el camarero les dio sillas i puso en sus   piernas confortables mantas. Allí se sentaron frente al pálido y tibio sol d’enero. El mar avía estado bastante   movido los dos primeros días i esta repentina calma i sensación de confort havían creado una agradable atmósfera en el barco. Al llegar la noche, los   pasajeros, después de dos oras de calma, empezaron a sentirse comunicativos y a   las oxo de aquella   noche el comedor estava lleno de gente que comía y bebía con el aire seguro i complaciente de   auténticos marineros. Acía la mitad de la cena los pasajeros se dieron cuenta,   por un lijero balançeo de sus cuerpos y sillas, de que el barco empezava a moverse otra bez. Al principio fue mui suave, un lijero movimiento hacia un lado, luego hacia el otro, pero   fue lo sufiziente para causar un   sutil y inmediato camvio de humor en la estanzia. Algunos pasageros levantaron la   vista de su comida, dudando, esperando, casi oiendo el movimiento siguiente, sonriendo nerviosos y con   una mirada d’aprension en los hojos. Algunos parezían despreocupados, otros estavan decididamente trankilos, e incluso hacían  xistes acerca de la comida y de el tiempo, para torturar a los que estavan asustados. El   movimiento del barco se izo de rrepente más y más violento y cinco o seis minutos después   de que el primer movimiento se iciera patente, el barco se tambaleava d’una parte a otra y los passajeros se agaravan a sus sillas y a los tiradores como cuando un cotxe toma una curva.   Finalmente el balanzeo se hizo mui fuerte i el señor William Botibol, que estava sentado a la   mesa del sobrecargo, vio su plato de rodaballo con salsa holandesa deslizar-se legos de su tenedor. Hubo un murmullo d’excitasion mientras todos buscavan platos i vasos. La señora Renshaw, sentada a la derecha del   sobrecargo, dio un pequenyo grito y se agarró  a el brazo del caballero. —Va a ser una notxe terrible —dijo   el sobrecargo, mirrando a la señora Renshaw—, me pareze que nos   espera una buena noxe. Ubo un matiz raro en su modo de decirlo. Un camarero   llegó corriendo y deramó agua en el mantel, entre los platos. L’excitación crezió. La mayoría de los pasajeros continuaron comiendo. Un pequeño número,   que incluía a la señora Renshaw, se levantó y echó a andar con  rrapidez, dirigiéndo-se hacia la puerta. —Bueno —dijo el sobrecargo—, ja estamos otra vez   igual. Echó una mirada de aprobación a los restos de su rebanyo, que estavan sentados, trankilos y complazientes, reflejando en sus karas esse extraordinario orgullo ke los pasajeros pareçen tener, al ser  reconozidos como buenos marineros.  |   
El texto es un fragmento de “Apuestas”, cuento de Roald Dahl publicado en Relatos de lo inesperado (Tales of the nexpected, 1979) 
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