Afrodita es la
divinidad de una de las pulsiones básicas del ser humano: la sexual[1].
Así, se le rindió culto como diosa de la belleza, de la sensualidad, del deseo
y del amor erótico. Sin embargo, y aunque sus atribuciones parezcan más o menos
claras, lo cierto es que al profundizar en esta divinidad a menudo se detecta
no solo cierto multifacetismo sino también puntos algo confusos cuando no
oscuros en la definición de su figura.
Un primer elemento
que podría llevar a alguna confusión es el mismo nombre de la dea. Ya
los propios griegos leyeron Afrodita como “la hija de la espuma”, lo
cual aludía a su nacimiento marino. Con todo, y pese a que su teónimo suena muy
helénico, los estudiosos hoy suelen convenir que debió de tratarse de una
divinidad de origen extranjero introducida en el panteón griego. Así lo podría
atestiguar su ausencia en las tablillas micénicas. A ello se añaden otros argumentos que, más allá
de la apariencia algo engañosa del nombre de la diosa, apuntarían hacia un
origen oriental. Por ejemplo, las mismas fuentes “documentales” griegas, así
como la geografía mitológica de la diosa, ya señalan que sus principales
centros de culto se hallaban en Chipre y Citerea, dos islas que a lo largo del
tiempo jugaron un importantísimo rol como puente o puerta de entrada de
elementos culturales minorasiáticos y proximorientales entre los griegos.
Asimismo, son diversos los puntos de contacto de esta divinidad con diosas
semíticas del tipo de la Astarté ugarítica o la Ištar de los semitas
mesopotámicos; por ejemplo, la vinculación con personajes masculinos que
remiten o evocan a dioses masculinos del ciclo vital[2],
las palomas como animal asociado a la divinidad o la hipótesis de la existencia
de una prostitución sagrada ejercida al amparo del templo de dichas diosas[3].
Otro detalle
que nos remite a la complejidad de la diosa son los distintos mitos con que los
griegos explicaron su nacimiento. A pesar de que el autor de la Ilíada
(III, 374; V, 370ss; XX, 105) la presenta como hija de Zeus y Dione[4],
quizás el relato más extendido de su nacimiento es el narrado por Hesíodo (Teogonía, ca. 188-200): Cronos emasculó a su padre
Urano con la hoz, arrojó los genitales del dios derrotado al mar y, al entrar
estos en contacto con el agua marina, se produjo primero una espuma[5]
y de ella surgió la diosa Afrodita.
Este
episodio está preñado de connotaciones simbólicas que, además, nos ponen sobre
la pista de algunos de los atributos que se asociarán a la diosa. En
primer lugar, no carece de coherencia que la diosa de la pulsión sexual nazca
directamente de los órganos sexuales de un dios celeste soberano cuando estos
entran en contacto con el mar. Recordemos, de paso, que lo líquido y lo húmedo
son tradicionalmente asociados a lo femenino y a la sexualidad femenina. Huelga
decir que este vínculo simbólico no es exclusivo del mundo griego. En parte
por responder a ciertas evidencias fisiológicas, es asumido por incontables
culturas de cronologías y geografías bien diversas. Por ejemplo, recuérdese
toda la simbología propia de la canción de amigo gallegoportuguesa medieval;
cuando se nos explica que cierta muchacha va al río o a la fuente a lavar sus
cabellos, dicho escenario se nos abre a una lectura erótica en que la
proximidad al agua simboliza la prestancia sexual de la mujer que espera al
amigo en la orilla. Retomando la escena, hallaremos otro paralelismo con
Afrodita. Otro atributo de la diosa son sus cabellos, sueltos o recogidos por
un bello tocado o una corona áurea. El oro, y la condición de ser áurea, es
también un atributo de la diosa (χρύση Ἀφροδίτη). Anteriormente nos hemos
referido a las palomas (también podrían ser los gorriones u otras aves
delicadas) como animales asociados a Afrodita y a su ámbito de poder: esta
suerte de pájaros son los que grácilmente tiran del carro de la diosa cuando
acude en epifanía al llamamiento de Safo en su celebérrima súplica (Frag. 1
Voigt). La rosa y la azucena serán las flores a ella consagradas. También es propio de la diosa su ajustado
ceñidor. Finalmente, vemos que a menudo va acompañada por su hijo Eros, el dios
niño del deseo, que con sus saetas de oro provoca el amor en quien por él es
flechado.
Hesíodo
también explica que, al nacer la diosa del mar, se dirigió primero a Citerea y
posteriormente a Chipre[6],
lugares que ya hemos presentado como emblemáticos del culto a la diosa,
quizás los más antiguos. Con todo, poco se sabe de los pormenores de su culto y
rituales en estas islas, si bien los hallazgos arqueológicos de sus centros de
culto chipriotas tienen cierta relación con talleres de herreros, cosa que
remetería a su matrimonio con Hefesto, el dios de la metalurgia. Asimismo,
parece que Corinto, en territorio griego peninsular, y para la época clásica y
helenística, tal vez constituyó el mayor centro cultual y de devoción a la
diosa. Cabe añadir que la ciudad del
Istmo también fue notoria por la
efervescencia y la pujanza del negocio de la prostitución en sus
puertos. Ambas evidencias (centro de culto afrodítico y famoso por sus
meretrices) dieron pie a que ya autores antiguos[7]
hablasen de la existencia de alguna suerte de prostitución sagrada en los
templos de Afrodita Corintia. Asimismo, Ateneo hace alusión a dos epítetos
locales de Afrodita, Pórne en Abidos y Hetaίra en Éfeso y Atenas,
que se han querido poner en relación con la supuesta existencia de hieródulas
consagradas a la diosa. Sin embargo, esta cuestión (la existencia de la
prostitución sagrada entorno a la diosa Afrodita y, de existir, sus
especificidades) hoy en día dista de ser clara y de estar resuelta.
Finalmente, me referiré a dos
mitos en los que participa la diosa y que de algún modo arrojan luz sobre
la personalidad y la relevancia que esta divinidad tenía para el imaginario
griego.
El primero es el
mito de Hipólito, que además resulta muy adecuado para explicar uno de los grandes
conceptos de la cultura helénica, abordado una y otra vez en sus relatos
míticos[8].
Me refiero a la hýbris o desmesura. Cuando afecta a la relación de un
humano para con los dioses, la hýbris puede concretarse en dos actitudes:
bien el exceso de celo, bien la escasa atención que un mortal le concede a una
divinidad determinada. En Hipólito se producen ambas hýbris, que además
resultan complementarias. El joven Hipólito, obsesionado con la caza, es
presentado como un ferviente adorador de Ártemis. Esto en sí, para la
mentalidad griega, ya sería un exceso, una actitud que contradice el “sacro”
precepto del μηδέν ἄγαν (“nada en
demasía”); pero aún lo será más en la medida que la excesiva atención a Ártemis
supone cierta desafección a Afrodita. Explicado en términos no mitológicos y
desacralizados: el joven que solo se preocupa de la caza olvida algo
imprescindible para su edad, que es el empezar a preocuparse por los asuntos
del amor que a la larga le han de llevar a formar una familia. Como suele
suceder, la hýbris del muchacho desata la cólera de la diosa que se
siente despreciada y provoca que esta se
vengue cruelmente de él. Así que Afrodita recurre a su poder y despierta un
amor apasionado y funesto en Fedra, la madrastra de Hipólito, por el chico. Al
final, la justicia[9] se
impone de forma implacable e Hipólito hallará una muerte atroz.
El segundo mito
constituye el núcleo central del Himno homérico V, dedicado a Afrodita: se
trata de los amores de la diosa con el troyano Anquises. Tal como es narrado en
el himno, Anquises es presentado como otro de los páredroi de la diosa. Se conocen como páredroi a los dioses o héroes amantes de la diosa que,
después de unirse a ella, hallarán un trágico final. Previamente nos hemos
referido a Adonis y a Atis, este último en relación a la diosa Cíbele. La
existencia de páredroi subordinados
a una diosa es un rasgo común en las diosas semíticas de la fecundidad[10]
y del amor, y ya hemos apuntado al inicio de este ejercicio que Afrodita
presenta muchos puntos de concomitancia con estas divinidades. No obstante, me
parece que un rasgo peculiar de Afrodita con relación a algunas de estas diosas
(y ahora pienso sobre todo en Ištar) es que la actitud de la diosa del amor
griega se me antoja más suave y delicada hacia sus amantes que la de su presunto
correlato acadio: por lo general, Afrodita no suscita el pavor de sus amantes,
como sí suele hacer Ištar, dado lo imprevisible de su genio y sus repentinos
arrebatos destructivos. Volviendo al Himno V, quería resaltar cómo Anquises en
un determinado momento sí parece manifestar cierto pavor por el mal que la
diosa pueda causarle, acercando así la dorada Afrodita a un perfil que recuerda
mucho al de Ištar. Entre los v. 180-190, Anquises, antes de ceder al “dulce
deseo” de la diosa, y cuando ya la ha reconocido en su epifanía, le suplica que
se apiade de él y no lo prive de su vigor masculino (signifique eso lo que haya
de significar), “puesto que no llega a una vida vigorosa el varón que yace con
diosas inmortales” (trad. de A. Bernabé). Bajo ese temor subyace un motivo
ampliamente desplegado en las mitologías anatolias y proximorientales: un
mortal, después de tener relaciones sexuales con una diosa, puede adquirir
poderes sobrehumanos; de ahí que las divinidades femeninas tomen cartas en el asunto
y procuren evitar tal desvío bien castrando bien matando al amante.
Ciertamente, la emasculación y la muerte son dos finales recurrentes en las
historias de páredroi, y parece que Anquises (recordemos, un héroe
troyano, esto es, anatolio) lo sabe. Sin embargo, el autor del himno
reconducirá de inmediato la situación a paradigmas más propios del talante de
la dulce Afrodita helénica: la diosa tranquiliza a Anquises y le promete que no
solo su virilidad no se verá afectada, sino que además de su unión nacerá una
prole destinada a grandes proezas. Recordemos que de ese encuentro amoroso nació
el pío Eneas.
Orland Grapí Rovira
febrero 2015
febrero 2015
NOTAS AL TEXTO
[1] De modo
bastante insólito, en el Himno homérico a Afrodita la diosa no solo rige esta
pulsión entre humanos e inmortales sino que su ámbito de poder se extiende a
los animales, tomando visos de diosa protectora
y promotora de la fecundidad: “Cuéntame, Musa, las acciones de la muy
áurea Afrodita, de Cipris, que despierta en los dioses el dulce deseo y domeña
las estirpes de las gentes mortales, a las aves que revolotean en el cielo y a
las criaturas todas, tanto a las muchas que la tierra firme nutre, como a
cuantas nutre el ponto. A todos afectan las acciones de Citerea, la bien
coronada.” (trad. A. Bernabé, Himnos Homéricos. La “Batacomiomaquia”,
Madrid, Gredos, 1988, p. 187). Asimismo, es de remarcar su relación con Ares,
dios de la guerra, de quien es amante. La relación de Afrodita y Ares viene a
traducir la dicotomía entre el deseo
sexual y la pulsión de muerte en tanto que dos instintos primordiales del ser
humano.
[2] Por
ejemplo, Adonis, por cuyo amor la diosa Afrodita compite con Perséfone, la
divinidad femenina de la muerte. Cabe recordar que el nombre Adonis no es sino
la helenización de una raíz de origen semita noroccidental, probablemente
fenicia, que significaría “Señor” (fen. ’adon). El mito (que tiene
cierto halo de hierogamia) se resuelve con una resurrección parcial del amante
masculino; algo que recuerda, por ejemplo, a la historia de Atis y Cibeles y
que simbolizaría en última instancia el resurgir anual de la naturaleza en
primavera. También algo parecido podría subyacer bajo el mito de Hipólito, que
más adelante explicaré.
[3] Sobre el
respecto, véase B. MacLachlan, “Sacred prostitution and Aphrodite”, Studies
in Religion / Sciènces Religeuses, 21 (1992), p. 145-162. Asimismo, una
interesante puesta al día en torno a la cuestión, con abundantes testimonios en
los originales latín y griego antiguo y con traducciones al castellano, se
puede leer en J. F. Martos Montiel, “Sexo y ritual: la prostitución sagrada en la
Grecia Antigua”, en J. Martínez-Pinna Nieto (ed.), Mito y ritual en el
Occidente Mediterráneo, 2002, p. 7-38.
[4] Antigua divinidad
que básicamente (y casi exclusivamente) se definiría por ser la consorte de
Zeus, con quien podría compartir étimo en su nombre (recordemos que la raíz del
nombre de Zeus es διο-). En Dodona, sede del culto y el oráculo más antiguo de
Zeus, era honrada como la esposa homónima del padre de los dioses. Asimismo, el
nombre de la diosa podría estar registrado en las tablillas micénicas de Pilos,
en Lacedemonia, con la forma di-wi-ja. Su animal sagrado eran las palomas, cosa
que confiere a esta consorte de Zeus un cierto aspecto afrodítico.
[5] Recordemos
la etimología de Afrodita que relaciona su nombre con la espuma (ἄφρος), a la
cual se remite el propio Hesíodo en el aludido pasaje de la Teogonía.
[9] Hablo de
justicia desde una perspectiva griega; ciertamente, que un hombre desatenga la
atención que debe a una divinidad es un acto contra la δίκη, la justicia que
garantiza el orden cósmico.
[10] Cabe
recordar lo explicado en la nota 1. El himno homérico dibuja de manera algo
insólita una Afrodita a quien no solo compete el amor entre los hombres y los
dioses, sino que también se ocupa del impulso que garantiza la fecundidad de
los animales, con lo cual se aproxima su figura a la de la Πότνια Θηρῶν, la
“Señora de las Bestias”.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada