diumenge, 1 de febrer del 2015

MITOLOGIA: dioses olímpicos varones

A fin de dar cierta organización a mi exposición, he decidido ordenar el catálogo de los siete dioses olímpicos en  dos grandes grupos. En primer lugar, presentaré a cinco dioses que de algún modo se pueden vincular con las tres categorías y funciones sociales que G. Dumézil estableció como comunes y matrices de los pueblos indoeuropeos[1]; y a continuación presentaré a otra tríada de dioses que tiene en común cierto carácter liminar y que de algún modo están conectados entre sí.

1. La primera de las funciones sociales de la estructura tripartita definida por Dumézil es la soberanía. A este ámbito pueden vincularse los tres Cronidas que, según el mito de sucesión griego, se repartieron los dominios del mundo. El primero de ellos es Zeus, quien, después de acaudillar la revuelta contra los titanes, obtuvo no sólo el domino de las alturas (el cielo y los fenómenos atmosféricos, las cumbres de las montañas) sino también la hegemonía entre los dioses de esa última y definitiva dinastía. A todas luces, Zeus tiene un origen indoeuropeo: lo atestigua su nombre, que se reencuentra por ejemplo en el dios índico Dyauh pit o en el primer elemento del teónimo romano Iuppiter. La misma raíz etimológica se halla en la palabra latina diēs, cosa que lo perfilaría como una divinidad del cielo luminoso. Cabe precisar, con todo, que si bien es innegable que el dios existiría ya en un primitivo panteón protoindoeuropeo, no resulta tan clara su posición jerárquica en el mismo. Ciertamente, para griegos y romanos fue el soberano de sus respectivos panteones; en cambio, se ve relegado a posiciones secundarias o incluso periféricas en los panteones del ámbito indoiraniano, tanto en el avéstico como en el védico, es decir, desde los primeros testimonios documentales con los que contamos. A partir de aquí, parece difícil de aclarar si en un supuesto panteón protoindoeuropeo común ocuparía una posición central (conservada en el panteón grecorromano, mientras que la innovación indoiraniana lo desplazó a lugares secundarios) o si originariamente se trataría de una divinidad secundaría (y en tal caso resultaría que griegos y romanos lo habrían encumbrado posteriormente y sponte sua en la cúspide de su panteón). Este debate ha conocido y conoce defensores de una postura y de la contraria. De cualquier modo, lo que nos interesa es adentrarnos en la caracterización de Zeus. Padre de dioses y hombres, soberano universal, es en primer lugar el dios de las alturas, de las cimas de las montañas, de los fenómenos atmosféricos (rayo, relámpago, trueno y lluvia). Además, desde Homero, y quizás gracias sobre todo a Homero, adquiere la condición de garante del orden y la justicia[2]. La condición de padre de dioses y hombres no sólo es simbólica, sino que en la mitología griega es de facto el progenitor de una retahíla de insignes dioses y héroes: parece que es bajo su paternidad que el orden del cosmos se extiende en su tiempo, superando estados caóticos preexistentes. El mito de la sucesión celeste explica cómo el orden de Zeus no solo se impone, sino que será el definitivo, y es precisamente la figura de este dios monarca y padre que sanciona dicho estatus.
Aún en el ámbito de la función soberana, cabe mencionar a los dos hermanos de Zeus, Hades y Posidón, que en el reparto del cosmos obtuvieron respectivamente el dominio sobre el mundo subterráneo y el mundo marino. No obstante, parece que Poseidón originariamente podría no tratarse de un dios marino. Si bien no hay dudas sobre su origen indoeuropeo y su temprana presencia en el panteón helénico (su nombre ya aparece elencado en las tablillas micénicas: po-se-da-o-ne), quizás en un principio se trató de un dios ctónico de algún modo relacionado con  las fuentes, las corrientes acuáticas subterráneas los seísmos, talante y atribuciones que nunca perdió del todo: recordemos sus epítetos  ἐννοσίγαιος (“el que sacude la tierra”) y γαιήοχος (“señor de la tierra”, “sacudidor de la tierra” o “que conduce un carro bajo la tierra”[3]). Se suele explicar que las gentes indoeuropeas que luego darían lugar a la etnia griega durante su larga diáspora hacia el sur de la Península Balcánica pudieron haber estado tan alejados de las grandes extensiones de agua que perdieron la palabra indoeuropea que designaría al mar. Sería al rencontrarse con el mar cuando el Dios Posidón adquirirá el rol de divinidad marina. Así, en época histórica, es sobre todo el dios de las aguas saladas y dulces (con la excepción de la lluvia, el agua que llega del cielo, que pertenecía a Zeus). Su atributo principal es el tridente y, conservando sus antiguas atribuciones (dios ctónico de carácter violento, a veces devastador), se le relaciona con el caballo, las fuentes e incluso con el toro. Finalmente, son dignas de notar dos características de esta deidad. En primer lugar, que se trata de un dios que suele entrar en conflicto con otras divinidades por el patronazgo de ciudades y habitualmente resulta derrotado[4]. Un segundo rasgo es que engendra criaturas monstruosas y malignas[5].
Finalmente, a Hades, el mayor de los Cronidas le tocó en suerte ser el soberano del inframundo. Stricto sensu  este dios no pertenecería a los olímpicos, pues no habitaba en el Olimpo, sino en su reino subterráneo. Asimismo, los sacrificios que se le ofrecen son holocáusticos  (al igual que sucede con los sacrificios para difuntos y héroes), mientras que el sacrificio a los olímpicos era parcial[6]. Por ser el dios de los muertos y de la muerte, el acercamiento a Hades estaba preñado de precauciones y miedos; solía evitarse incluso pronunciar su nombre, a menudo sustituido por epítetos apotropaicos. Interesante es su advocación como Plutón, “el rico”, no solo por ser rico en almas (por razones obvias es el soberano con más súbditos), sino también aludiendo a las riquezas materiales que controla (entre ellas, los metales preciosos de las minas subterráneas). Su color es el negro y es un consumado raptor de almas. Con su esposa Perséfone habitaba en un castillo de oro situado en el reino que llevaba su propio nombre[7].

2. Ares, el dios de la guerra por excelencia, se vincularía con la segunda función de la categorización de Dumézil. Divinidad violenta, siempre armada, su animal es el perro rabioso. Es además amante de Afrodita, la diosa de la sexualidad: con ello se ponen en contacto las dos grandes pulsiones humanas: el impulso de muerte y el erótico. Por otra parte, como divinidad bélica entra en confrontación con Atenea: si la diosa doncella es la patrona de la guerra estratégica, pensada y realizada con la intervención de la inteligencia, el ámbito de ares será más bien la lucha violenta, ejercida desde la fuerza bruta.

3. Aunque originariamente pudiera tratarse de un dios del fuego, en época histórica Hefesto se relacionaría con la tercera función. Es el dios de la artesanía y de las habilidades fabriles. Se singulariza por su pobre porte físico: más bien feo y cojo, no es en absoluto un dios de aspecto imponente. Muchas tradiciones mitográficas explican que fue engendrado por partenogénesis por Hera, quizá molesta porque Zeus hubiera “parido” él solo a Atenea. Sus atributos son las herramientas del herrero (yunque, tenazas, martillo) y, pese a ser un olímpico, ocupa la mayor parte de su tiempo en su fragua situada en el seno de un volcán (habitualmente el Etna), donde trabaja asistido por los cíclopes. Está casado con Afrodita, quien le es infiel con Ares: este punto realza cierto carácter ridiculizante del personaje, ya apuntado con su físico poco agraciado. Su animal es el burro, y la relación simbólica con él ofrece interesantes analogías: animal poco elegante y nada bello (si se le compara, por ejemplo, con el caballo), pero eficiente y muy útil.

4. Para rematar el elenco de los dioses olímpicos varones, queda referirse a tres deidades que antes he clasificado como “liminares”. Se trata de Apolo, Hermes y Dioniso.
                Apolo es una divinidad ciertamente compleja, poliédrica y multifacética. En primer lugar, es una deidad solar (del mismo modo que su hermana gemela, Ártemis, es una diosa lunar). Dios también de la belleza efébica y de la racionalidad[8]. Como divinidad “luminosa” es también patrón de las artes, especialmente en su advocación de Apolo Musageta (“conductor de musas”). En cuanto a su carácter liminar, queda bien representado por dos de sus principales atributos: el arco y la lira. Al fin y al cabo, ambos objetos son más o menos lo mismo, por bien que usen las cuerdas para fines opuestos: el segundo para producir placer y alegría, el primero para ocasionar dolor y muerte. Arquero certero, sus flechazos simbolizaban la muerte precoz o inesperada de los varones. Pero es también una divinidad sanadora[9], además de padre de Asclepio (dios de la medicina). Abunda en su talante liminar el que sea un dios de la adivinación y patrón del principal oráculo helénico, el de Delfos. De algún modo, pues, es un puente tendido hacia el más allá y lo desconocido.
               Un segundo dios liminar sería Hermes, dios de los caminos, las encrucijadas y las fronteras. Su nombre aparece ya en las tablillas de Lineal B (e-ma-a2) y es una divinidad que presenta puntos concomitantes con otras deidades indoeuropeas ni lejanas ni extrañas al ámbito griego (por ejemplo, el dios lidio Candaules). Dios de los caminos, patrocina a todos aquellos que desempeñan sus actividades en ellos: viajeros, comerciantes, heraldos (el mismo es el mensajero de los dioses[10]), incluso los ladrones. Sus episodios de niño ladrón lo acercan al tipo de la divinidad trickster, conocido en no pocos sistemas mitológicos (por ejemplo, el hindú, con un bebe Kṛṣṇa muy dado a todo tipo de travesuras). Además, en su condición de ladrón entra en contacto con Apolo, con quien intercambia objetos emblemáticos: Hermes le obsequia la lira, recién creada por él, y Apolo le regala el caduceo, objeto con un importante trasfondo mágico. Hermes es, finalmente, una divinidad psicopompa, es decir, encargada de conducir el alma de los difuntos al más allá.
                El último dios que incluiré en esta categoría de liminares es Dioniso. Divinidad de claro origen oriental, pero pese a ello ya tempranamente introducido en el panteón griego[11], pues su nombre es registrado en las tablillas micénicas (di-wo.nu-so-jo).  Su mitología presenta historias de muerte y resurrección muy características de ciertos dioses ctónicos orientales que encarnan los ciclos naturales y vitales: desde su propio nacimiento (nacido primero del vientre de su madre carbonizada, después del muslo de Zeus, donde acabo de ser gestado) hasta la leyenda de su muerte y descuartizamiento por parte de los titanes. Para los griegos es el dios de la viña, del vino, de la borrachera y, en general, del arrebato. Son su ámbito aquello que modernamente llamamos los estados alterados de consciencia. Sus rituales comportaban, además de la embriaguez, bailes extáticos desenfrenados, al son de músicas potentes y más estridentes que armónicas, ingesta de carne cruda y experiencias de contacto directo (posesión) con la divinidad: esto era el ἐνθουσιασμός. Parece que especialmente querido por ciertos grupos más o menos marginales de la sociedad griega (esclavos, mujeres, extranjeros, etc.), el apelativo λύσος remitía a su talante liberador. En el terreno del mito, suele ir acompañado por seres como los silenos o los sátiros, a medio camino entre la humanidad y la animalidad. Es en torno a sus rituales que se gesta el arte teatral.

Orland Grapí Rovira
enero 2015



NOTAS AL TEXTO

[1] Como expondremos a continuación, estas tres funciones son la soberanía (política y/o religioso-espiritual), la milicia y la garantía del sustento a través del trabajo. Y cada una de estas tres funciones le sería propia a una distinta “clase” social o casta o tipo humano. Desde la obra pionera de Dumézil, se han estudiado diversas plasmaciones de esta estructura tripartita: por ejemplo, subyacería en el ancestral y hoy aún vivo sistema indio de los varā; o, ya en tiempos bastante más cercanos, en conocidísimas teorizaciones medievales que se elaboraron entorno a la sociedad de la Europa cristiana contemporánea (la clasificación en oratores, bellatores, laboratores; vid. G. Duby Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, París 1978). En lo que se refiere al mundo griego antiguo, la más brillante plasmación de esta estructura se hallará en las reformulaciones platónicas de su República).
[2] Lo mismo sucede con otros dioses “solares” indoeuropeos, como los védicos Mitra y Varua.
[3] Vid. A. Bernabé (ed.), Himnos Homéricos. La “Batracomaquia”. Ed. Gredos: Madrid, 1988, p. 268.
[4] Por ejemplo, lucha con Atenea por Atenas, con Hera por Argos, con Dioniso por Naxos y con su hermano Zeus por Egina.
[5] Pensemos en el cíclope Polifemo de la Odisea. Estos hijos de Posidón a menudo representan lo no civilizado. El caso de Polifemo es clarísimo: come carne cruda, no conoce el vino ni sus efectos y es derrotado por un héroe viajero civilizador como Odisseo.
[6] Los huesos y la grasa, combustidos por el fuego, constituían la parte del dios, mientras que la carne pertenecía a los hombres y era consumida en un banquete colectivo. Por otra parte, el holocausto o quema total de la víctima se entiende en contextos sacrificiales marcados por la polución inherente a los espíritus o divinidades que tuvieran contacto con la muerte.
[7] El nombre Hades, teónimo y topónimo a la vez, a veces se ha resuelto etimológicamente como “el/lo invisible”.
[8] El término griego más adecuado sería σωφροσύνη, concepto a veces traducible como “control de uno mismo”. En este último aspecto entra en una relación de dicotomía con Dioniso, en tanto que dios de la irracionalidad, del impulso y del arrebato.
[9] Cabe recordar que la medicina tradicional griega a menudo trabajaba desde preceptos homeopáticos, esto es, una misma sustancia podía ser mortífera y remedio, como ocurre con el veneno de la serpiente, que también puede ser antídoto que inmuniza. Al respecto, cabe recordar la relación de Apolo con el dragón/serpiente Pitón, que el dios asesina y en cierto modo sustituye en Delfos.
[10] Junto con Iris, muy presente sobre todo en Homero.
[11] La etimología de su nombre reporta a un origen quizás tracio, algo así como “hijo del dios del sol”, es decir, de alguna divinidad equivalente de Zeus. Los griegos lo hicieron hijo de Zeus.

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