A fin de dar cierta organización
a mi exposición, he decidido ordenar el catálogo de los siete dioses olímpicos
en dos grandes grupos. En primer lugar,
presentaré a cinco dioses que de algún modo se pueden vincular con las tres
categorías y funciones sociales que G. Dumézil estableció como comunes y
matrices de los pueblos indoeuropeos[1];
y a continuación presentaré a otra tríada de dioses que tiene en común cierto
carácter liminar y que de algún modo están conectados entre sí.
1. La
primera de las funciones sociales de la estructura tripartita definida por
Dumézil es la soberanía. A este ámbito pueden vincularse los tres Cronidas que,
según el mito de sucesión griego, se repartieron los dominios del mundo. El
primero de ellos es Zeus, quien, después de acaudillar la revuelta
contra los titanes, obtuvo no sólo el domino de las alturas (el cielo y los
fenómenos atmosféricos, las cumbres de las montañas) sino también la hegemonía
entre los dioses de esa última y definitiva dinastía. A todas luces, Zeus tiene
un origen indoeuropeo: lo atestigua su nombre, que se reencuentra por ejemplo
en el dios índico Dyauh pitṛ o en el
primer elemento del teónimo romano Iuppiter. La misma raíz etimológica
se halla en la palabra latina diēs, cosa que lo perfilaría como una
divinidad del cielo luminoso. Cabe precisar, con todo, que si bien es innegable
que el dios existiría ya en un primitivo panteón protoindoeuropeo, no resulta
tan clara su posición jerárquica en el mismo. Ciertamente, para griegos y
romanos fue el soberano de sus respectivos panteones; en cambio, se ve relegado
a posiciones secundarias o incluso periféricas en los panteones del ámbito
indoiraniano, tanto en el avéstico como en el védico, es decir, desde los
primeros testimonios documentales con los que contamos. A partir de aquí,
parece difícil de aclarar si en un supuesto panteón protoindoeuropeo común
ocuparía una posición central (conservada en el panteón grecorromano, mientras
que la innovación indoiraniana lo desplazó a lugares secundarios) o si
originariamente se trataría de una divinidad secundaría (y en tal caso
resultaría que griegos y romanos lo habrían encumbrado posteriormente y sponte
sua en la cúspide de su panteón). Este debate ha conocido y conoce
defensores de una postura y de la contraria. De cualquier modo, lo que nos
interesa es adentrarnos en la caracterización de Zeus. Padre de dioses y hombres,
soberano universal, es en primer lugar el dios de las alturas, de las cimas de
las montañas, de los fenómenos atmosféricos (rayo, relámpago, trueno y lluvia).
Además, desde Homero, y quizás gracias sobre todo a Homero, adquiere la
condición de garante del orden y la justicia[2].
La condición de padre de dioses y hombres no sólo es simbólica, sino que en la
mitología griega es de facto el progenitor de una retahíla de insignes
dioses y héroes: parece que es bajo su paternidad que el orden del cosmos se
extiende en su tiempo, superando estados caóticos preexistentes. El mito de la
sucesión celeste explica cómo el orden de Zeus no solo se impone, sino que será
el definitivo, y es precisamente la figura de este dios monarca y padre que
sanciona dicho estatus.
Aún en el
ámbito de la función soberana, cabe mencionar a los dos hermanos de Zeus, Hades
y Posidón, que en el reparto del cosmos obtuvieron respectivamente el dominio
sobre el mundo subterráneo y el mundo marino. No obstante, parece que Poseidón
originariamente podría no tratarse de un dios marino. Si bien no hay dudas
sobre su origen indoeuropeo y su temprana presencia en el panteón helénico (su
nombre ya aparece elencado en las tablillas micénicas: po-se-da-o-ne), quizás
en un principio se trató de un dios ctónico de algún modo relacionado con las fuentes, las corrientes acuáticas
subterráneas los seísmos, talante y atribuciones que nunca perdió del todo:
recordemos sus epítetos ἐννοσίγαιος (“el
que sacude la tierra”) y γαιήοχος (“señor de la tierra”, “sacudidor de la
tierra” o “que conduce un carro bajo la tierra”[3]).
Se suele explicar que las gentes indoeuropeas que luego darían lugar a la etnia
griega durante su larga diáspora hacia el sur de la Península Balcánica
pudieron haber estado tan alejados de las grandes extensiones de agua que
perdieron la palabra indoeuropea que designaría al mar. Sería al rencontrarse
con el mar cuando el Dios Posidón adquirirá el rol de divinidad marina. Así, en
época histórica, es sobre todo el dios de las aguas saladas y dulces (con la
excepción de la lluvia, el agua que llega del cielo, que pertenecía a Zeus). Su
atributo principal es el tridente y, conservando sus antiguas atribuciones
(dios ctónico de carácter violento, a veces devastador), se le relaciona con el
caballo, las fuentes e incluso con el toro. Finalmente, son dignas de notar dos
características de esta deidad. En primer lugar, que se trata de un dios que
suele entrar en conflicto con otras divinidades por el patronazgo de ciudades y
habitualmente resulta derrotado[4].
Un segundo rasgo es que engendra criaturas monstruosas y malignas[5].
Finalmente,
a Hades, el mayor de los Cronidas le tocó en suerte ser el soberano del
inframundo. Stricto sensu este
dios no pertenecería a los olímpicos, pues no habitaba en el Olimpo, sino en su
reino subterráneo. Asimismo, los sacrificios que se le ofrecen son
holocáusticos (al igual que sucede con
los sacrificios para difuntos y héroes), mientras que el sacrificio a los
olímpicos era parcial[6].
Por ser el dios de los muertos y de la muerte, el acercamiento a Hades estaba
preñado de precauciones y miedos; solía evitarse incluso pronunciar su nombre,
a menudo sustituido por epítetos apotropaicos. Interesante es su advocación
como Plutón, “el rico”, no solo por ser rico en almas (por razones
obvias es el soberano con más súbditos), sino también aludiendo a las riquezas
materiales que controla (entre ellas, los metales preciosos de las minas
subterráneas). Su color es el negro y es un consumado raptor de almas. Con su
esposa Perséfone habitaba en un castillo de oro situado en el reino que llevaba
su propio nombre[7].
2. Ares, el dios
de la guerra por excelencia, se vincularía con la segunda función de la
categorización de Dumézil. Divinidad violenta, siempre armada, su animal es el
perro rabioso. Es además amante de Afrodita, la diosa de la sexualidad: con
ello se ponen en contacto las dos grandes pulsiones humanas: el impulso de
muerte y el erótico. Por otra parte, como divinidad bélica entra en
confrontación con Atenea: si la diosa doncella es la patrona de la guerra
estratégica, pensada y realizada con la intervención de la inteligencia, el
ámbito de ares será más bien la lucha violenta, ejercida desde la fuerza bruta.
3. Aunque originariamente pudiera tratarse de un dios del fuego, en época histórica Hefesto se relacionaría con la tercera función. Es el dios de la artesanía y de las habilidades fabriles. Se singulariza por su pobre porte físico: más bien feo y cojo, no es en absoluto un dios de aspecto imponente. Muchas tradiciones mitográficas explican que fue engendrado por partenogénesis por Hera, quizá molesta porque Zeus hubiera “parido” él solo a Atenea. Sus atributos son las herramientas del herrero (yunque, tenazas, martillo) y, pese a ser un olímpico, ocupa la mayor parte de su tiempo en su fragua situada en el seno de un volcán (habitualmente el Etna), donde trabaja asistido por los cíclopes. Está casado con Afrodita, quien le es infiel con Ares: este punto realza cierto carácter ridiculizante del personaje, ya apuntado con su físico poco agraciado. Su animal es el burro, y la relación simbólica con él ofrece interesantes analogías: animal poco elegante y nada bello (si se le compara, por ejemplo, con el caballo), pero eficiente y muy útil.
4. Para
rematar el elenco de los dioses olímpicos varones, queda referirse a tres
deidades que antes he clasificado como “liminares”. Se trata de Apolo, Hermes y
Dioniso.
Apolo es una divinidad
ciertamente compleja, poliédrica y multifacética. En primer lugar, es una
deidad solar (del mismo modo que su hermana gemela, Ártemis, es una diosa
lunar). Dios también de la belleza efébica y de la racionalidad[8].
Como divinidad “luminosa” es también patrón de las artes, especialmente en su
advocación de Apolo Musageta (“conductor de musas”). En cuanto a su carácter
liminar, queda bien representado por dos de sus principales atributos: el arco
y la lira. Al fin y al cabo, ambos objetos son más o menos lo mismo, por bien
que usen las cuerdas para fines opuestos: el segundo para producir placer y
alegría, el primero para ocasionar dolor y muerte. Arquero certero, sus
flechazos simbolizaban la muerte precoz o inesperada de los varones. Pero es
también una divinidad sanadora[9],
además de padre de Asclepio (dios de la medicina). Abunda en su talante liminar
el que sea un dios de la adivinación y patrón del principal oráculo helénico,
el de Delfos. De algún modo, pues, es un puente tendido hacia el más allá y lo
desconocido.
Un segundo dios liminar sería Hermes,
dios de los caminos, las encrucijadas y las fronteras. Su nombre aparece ya en
las tablillas de Lineal B (e-ma-a2) y es una divinidad que presenta puntos
concomitantes con otras deidades indoeuropeas ni lejanas ni extrañas al ámbito
griego (por ejemplo, el dios lidio Candaules). Dios de los caminos, patrocina a
todos aquellos que desempeñan sus actividades en ellos: viajeros, comerciantes,
heraldos (el mismo es el mensajero de los dioses[10]),
incluso los ladrones. Sus episodios de niño ladrón lo acercan al tipo de la
divinidad trickster, conocido en no pocos sistemas mitológicos (por
ejemplo, el hindú, con un bebe Kṛṣṇa muy dado a todo
tipo de travesuras). Además, en su condición de ladrón entra en contacto con
Apolo, con quien intercambia objetos emblemáticos: Hermes le obsequia la lira,
recién creada por él, y Apolo le regala el caduceo, objeto con un importante trasfondo
mágico. Hermes es, finalmente, una divinidad psicopompa, es decir, encargada de
conducir el alma de los difuntos al más allá.
El último dios que incluiré en
esta categoría de liminares es Dioniso. Divinidad de claro origen
oriental, pero pese a ello ya tempranamente introducido en el panteón griego[11],
pues su nombre es registrado en las tablillas micénicas (di-wo.nu-so-jo). Su mitología presenta historias de muerte y
resurrección muy características de ciertos dioses ctónicos orientales que
encarnan los ciclos naturales y vitales: desde su propio nacimiento (nacido
primero del vientre de su madre carbonizada, después del muslo de Zeus, donde
acabo de ser gestado) hasta la leyenda de su muerte y descuartizamiento por
parte de los titanes. Para los griegos es el dios de la viña, del vino, de la
borrachera y, en general, del arrebato. Son su ámbito aquello que modernamente
llamamos los estados alterados de consciencia. Sus rituales comportaban, además
de la embriaguez, bailes extáticos desenfrenados, al son de músicas potentes y
más estridentes que armónicas, ingesta de carne cruda y experiencias de
contacto directo (posesión) con la divinidad: esto era el ἐνθουσιασμός. Parece
que especialmente querido por ciertos grupos más o menos marginales de la sociedad
griega (esclavos, mujeres, extranjeros, etc.), el apelativo λύσος remitía a su
talante liberador. En el terreno del mito, suele ir acompañado por seres como
los silenos o los sátiros, a medio camino entre la humanidad y la animalidad.
Es en torno a sus rituales que se gesta el arte teatral.
enero 2015
NOTAS AL TEXTO
[1] Como expondremos a continuación, estas tres funciones son la soberanía (política y/o religioso-espiritual), la milicia y la garantía del sustento a través del trabajo. Y cada una de estas tres funciones le sería propia a una distinta “clase” social o casta o tipo humano. Desde la obra pionera de Dumézil, se han estudiado diversas plasmaciones de esta estructura tripartita: por ejemplo, subyacería en el ancestral y hoy aún vivo sistema indio de los varṇāḥ; o, ya en tiempos bastante más cercanos, en conocidísimas teorizaciones medievales que se elaboraron entorno a la sociedad de la Europa cristiana contemporánea (la clasificación en oratores, bellatores, laboratores; vid. G. Duby Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, París 1978). En lo que se refiere al mundo griego antiguo, la más brillante plasmación de esta estructura se hallará en las reformulaciones platónicas de su República).
[1] Como expondremos a continuación, estas tres funciones son la soberanía (política y/o religioso-espiritual), la milicia y la garantía del sustento a través del trabajo. Y cada una de estas tres funciones le sería propia a una distinta “clase” social o casta o tipo humano. Desde la obra pionera de Dumézil, se han estudiado diversas plasmaciones de esta estructura tripartita: por ejemplo, subyacería en el ancestral y hoy aún vivo sistema indio de los varṇāḥ; o, ya en tiempos bastante más cercanos, en conocidísimas teorizaciones medievales que se elaboraron entorno a la sociedad de la Europa cristiana contemporánea (la clasificación en oratores, bellatores, laboratores; vid. G. Duby Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, París 1978). En lo que se refiere al mundo griego antiguo, la más brillante plasmación de esta estructura se hallará en las reformulaciones platónicas de su República).
[4] Por
ejemplo, lucha con Atenea por Atenas, con Hera por Argos, con Dioniso por Naxos
y con su hermano Zeus por Egina.
[5] Pensemos
en el cíclope Polifemo de la Odisea. Estos hijos de Posidón a menudo
representan lo no civilizado. El caso de Polifemo es clarísimo: come carne
cruda, no conoce el vino ni sus efectos y es derrotado por un héroe viajero
civilizador como Odisseo.
[6] Los huesos
y la grasa, combustidos por el fuego, constituían la parte del dios, mientras
que la carne pertenecía a los hombres y era consumida en un banquete colectivo.
Por otra parte, el holocausto o quema total de la víctima se entiende en
contextos sacrificiales marcados por la polución inherente a los espíritus o
divinidades que tuvieran contacto con la muerte.
[7] El nombre
Hades, teónimo y topónimo a la vez, a veces se ha resuelto etimológicamente
como “el/lo invisible”.
[8] El término griego más adecuado sería σωφροσύνη, concepto
a veces traducible como “control de uno mismo”. En este último aspecto entra en
una relación de dicotomía con Dioniso, en tanto que dios de la irracionalidad,
del impulso y del arrebato.
[9] Cabe recordar que la medicina tradicional griega
a menudo trabajaba desde preceptos homeopáticos, esto es, una misma sustancia
podía ser mortífera y remedio, como ocurre con el veneno de la serpiente, que
también puede ser antídoto que inmuniza. Al respecto, cabe recordar la relación
de Apolo con el dragón/serpiente Pitón, que el dios asesina y en cierto modo
sustituye en Delfos.
[10] Junto con Iris, muy presente sobre todo en
Homero.
[11] La
etimología de su nombre reporta a un origen quizás tracio, algo así como “hijo
del dios del sol”, es decir, de alguna divinidad equivalente de Zeus. Los
griegos lo hicieron hijo de Zeus.
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